Un inicio diferente
Después de varios años sin ver La Pasión de Cristo de Mel Gibson, decidí volver a verla, esta vez con una perspectiva completamente diferente: desde mi reencuentro con la fe católica. No se trató simplemente de una película, sino de una vivencia profunda, una confrontación personal con el sufrimiento redentor de Jesucristo. Antes, la Semana Santa era una fecha más en el calendario. Hoy, cada imagen, cada palabra y cada silencio en esta película resuenan de manera distinta.
La película comienza… ¿sin Isaías?
Una de las primeras cosas que llamó mi atención es que en la versión disponible en Netflix, se omite la profecía de Isaías 53 al inicio. En el formato original, la película abre con este texto poderoso:
«Pero fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz y con sus heridas hemos sido sanados» (Isaías 53,5).
La ausencia de este pasaje en la plataforma levanta preguntas. ¿Por qué quitar una profecía mesiánica tan clara? ¿Molesta acaso la verdad profética sobre el Siervo doliente?
Dolor, redención y visión espiritual
Desde el Huerto de los Olivos hasta el Gólgota, cada escena muestra el sufrimiento del Hijo de Dios con un realismo que no deja indiferente. El sudor de sangre, la traición de Judas, la violencia brutal de la flagelación… todo nos remite al sacrificio voluntario de Cristo. Aunque algunos elementos no aparecen literalmente en los Evangelios —como la aparición del demonio o ciertos detalles del viacrucis—, muchas de estas escenas están inspiradas en visiones místicas como las de la beata Ana Catalina Emmerich. Lejos de ser un añadido sin sentido, estas licencias artísticas ayudan a profundizar en el misterio de la redención.
Uno de los momentos más impactantes es cuando María presencia la flagelación. Aunque los Evangelios no indican que estuviera allí, el simbolismo es profundo. El Evangelio de Lucas recuerda la profecía de Simeón a la Virgen:
«Y a ti misma una espada te atravesará el alma» (Lucas 2,35).
Aquí esa espada es visible en cada golpe, en cada lágrima, en su silencio desgarrador.
El sacrificio y la incomprensión
Muchos de los que se burlan de Cristo en la película lo hacen repitiendo frases bíblicas sin entender su verdadero significado:
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Juan 2,19).
Cristo hablaba de su cuerpo, del templo verdadero que sería destruido y resucitado al tercer día.
Incluso en medio del tormento, Jesús sigue siendo maestro y salvador: sana al soldado cuya oreja fue cortada (Lucas 22,51), consuela a su madre y ofrece perdón desde la cruz:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23,34).
La cruz y la esperanza
El viacrucis, el encuentro con María, la ayuda de Simón de Cirene y el gesto de Verónica —aunque no todos estos elementos están en la Biblia— son parte de la tradición cristiana que subraya la humanidad de Cristo y la compasión de quienes lo acompañaron.
«No hay amor más grande que dar la vida por los amigos» (Juan 15,13).
Ver la película con ojos renovados, con una fe viva, cambia todo. Ya no es solo una representación artística, es un llamado a la conversión, al amor, al sacrificio. El sufrimiento no es vano. Cada golpe, cada lágrima, cada caída, nos hablan del amor sin medida del Redentor.
Reflexión final
Este visionado de La Pasión de Cristo no fue un simple acto de nostalgia. Fue una experiencia espiritual profunda. Antes, no habría soportado ver semejante dolor. Hoy, sabiendo que ese sufrimiento fue por mí, por todos nosotros, sólo puedo decir: no lo merecemos, pero lo recibimos como don.
Si aún no has visto esta película desde una fe renovada, te invito a prepararte. No es fácil. No se trata de entretenimiento, sino de confrontarte con el Amor crucificado. Y ese encuentro, si lo dejas, te cambia para siempre.
Fuentes:
Visiones de Ana Catalina Emmerich (publicadas por Clemens Brentano).
Biblia de Jerusalén, Edición Católica.
Catecismo de la Iglesia Católica, §§ 571-618.